5 leyendas sobre los túneles de Morelia

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Mucho se dice y poco se sabe sobre los túneles de Morelia. Entre sus habitantes cuentan que pasan bajo el centro histórico, conectando templos, conventos y casonas. El tema ameniza conversaciones de café entre amigos y revive las redes sociales de algunas casas informativas, sobre todo después de que nuevos estudios salen a la luz.

En los primeros días de enero, a través de un comunicado de prensa, se dieron a conocer los resultados de un estudio realizado por el Instituto de Geofísica de la UNAM alrededor del Palacio de Gobierno, donde se manifestó que hay un túnel que cruza de sur a norte, de Catedral a Palacio de Gobierno, llegando hasta la calle Melchor Ocampo. 

Leyendas de Valladolid-Morelia

Marco Antonio Molina dice que una leyenda es “una historia con referentes reales que narra un suceso con elementos sobre naturales o extraordinarios y que tiene un valor de verdad.” Los referentes reales pueden ser personas u objetos conocidos, lugares o épocas concretas. En la leyenda se parte de una confianza en el narrador y suponemos por un momento que lo que nos cuentan podría suceder en realidad.

En las calles viejas de Morelia aún se cuentan muchas leyendas, la mayoría de la época virreinal, que afortunadamente han sido recopiladas y publicadas en una docena de libros. Aunque no faltan los ángeles, diablos y brujas, son más numerosas aquellas que narran sucesos milagrosos o apariciones fantasmales. Sobre los lugares de los acontecimientos, destacan por el número de relatos, la Catedral, así como los conventos de los franciscanos, los agustinos y los carmelitas.

Sin más preámbulo, aquí van cinco leyendas de Morelia, en las que ya se hablaba de la existencia de túneles.

Advertencia: si bien las siguientes historias tienen sustento bibliográfico, se toman en cuenta las vivencias de personas que han tenido a bien compartir sus testimonios o viejos recuerdos por diferentes medios: es en la población donde las leyendas se crean, re crean y transforman. 

1. El hábito del fraile.

Los franciscanos fueron los primeros frailes en llegar a estas tierras hace casi quinientos años. Tiempo después de la fundación levantaron el primer convento de la nueva ciudad, así como una capilla y un colegio. Para finales del siglo XVIII, el claustro franciscano, ya con sus muros y bóvedas de cantera, era uno de los más bellos de Valladolid. Frente al templo de San Francisco, se extendía el gran cementerio rodeado de tapias y cipreses; en su costado sur lucía el templo de la Tercera Orden, y al norte, la capilla del Rosario colindaba con el callejón del muerto, pero estos dos templos desaparecerían en la segunda mitad del siglo XIX.

Cuenta la leyenda que, en noviembre de 1828, durante una fría noche de luna llena, el joven fraile llamado Benito de la Concepción, fue llevado por un alma en pena a las criptas bajo el templo, hecho que fue presenciado por algunos de sus espantados hermanos franciscanos. Cuando lograron apartar la loza que cubría las escaleras, bajaron uno a uno iluminados con velas y buscaron aún en las gavetas vacías, pero Benito no estaba. De él sólo encontraron su desgarrado hábito, que guardaron hasta que se perdió en la época de las reformas juaristas. 

Decían unos que el muerto se lo llevó al más allá, pero otros aseguraban que Benito había encontrado acceso a un pasadizo subterráneo que llegaba afuera de la ciudad, yéndose por ahí a recorrer el mundo.

2. El tesoro del convento de San Francisco

En las primeras décadas del siglo pasado, cuando había un mercado donde estaba el cementerio y el convento estaba hecho una vecindad, el narrador Francisco Paula de León fue conducido por pasadizos secretos hasta las criptas, así lo deja asentado en sus relatos. Su guía, un viejo habitante del lugar, a través de una puerta ya tapiada ubicada atrás de las escaleras del patio principal, lo llevó a un sótano y cripta donde le contó una historia sobre un tesoro encontrado ahí de manera milagrosa y que favoreció a los insurgentes.

En esos años decían que había varias criptas más, unidas por pasadizos; entre ellas estaría la más antigua de la ciudad que correspondería al convento primitivo.

3. La cueva del toro.

Era el año de 1968 cuando un murmullo iba y venía entre los morelianos: una mujer convertida en fiera, habitaba en una cueva a las afueras de la ciudad, en el lomerío del Zapote. Se llamaba Reynalda y decían que había sido víctima de una especie de maldición debido a su mal comportamiento. Tantos afirmaban haberla visto que un diario local le dedicó un espacio y muchas personas empezaron a explorar la cueva, que para entonces ya nombraban del toro. 

Así, varios aventureros que recorrían el socavón en busca de Reynalda, iluminados ya sea con lámparas de petróleo, velas o hasta con periódicos encendidos, afirmaban que había varios túneles que llevaban a diferentes templos de la ciudad, incluyendo la Catedral; sin embargo, esas salidas estaban tapadas con rejas. Todavía la gente grande del rumbo de la colonia Independencia y alrededores del templo de San Miguel cuenta esas anécdotas.

Aún antes, a principios del siglo XX, don Francisco de Paula León dejó en sus leyendas un relato que había escuchado en su juventud y que tenía el mismo escenario: la cueva del toro. Narraba que hacía muchos años, unos falsificadores de monedas usaban de escondite los restos de una vieja finca a la que entraban por la cueva, que a su vez era cuidada por un bravo toro. A pesar de ser muertos a tiros por las autoridades, los bramidos del toro aún se escuchaban en solitarias noches. 

4. Robo a Catedral.

Tal vez la más conocida de las leyendas que refieren a los túneles de Morelia. Contaban los viejos habitantes del pueblo de Santa María, al sur de Morelia que, en alguna parte de la loma, oculto entre matorrales y piedras, se encuentra un socavón obscuro y húmedo; era la entrada a una cueva por donde robaban en tiempos muy remotos a la Catedral. Muy honda, pasaba bajo los barrios al sur de la ciudad y después San Agustín hasta llegar al cuarto donde guardaban tesoros terrenales.

Cuando los canónigos se percataron que bajaba el nivel del sacrosanto dinero, primero lo cambiaron de lugar y luego, indagando, encontraron la entrada al túnel. Al explorarlo, vieron que se dividía en dos caminos, uno iba a Santa María y el otro a un mesón. Una parte del botín fue recuperado y algunos ladrones fueron ajusticiados; otros, huyendo, quedaron atrapados en la cueva, muriendo de hambre y sed. Era fama que en las noches lúgubres, en las casas donde había extrañas entradas subterráneas, se escuchaban salir lamentos fríos y voces de hombres que vienen y van.

5. El diablo se llevó al monje.

La última leyenda sucedió a finales del siglo XVIII en la Catedral de Valladolid. En ese entonces, ahí vivía fray Juan, un huérfano que hacía años, una nublada mañana de invierno, fue abandonado en una de las puertas del recinto. Siendo joven, durante una misa dominical, cruzó sus ojos con una dama, quedando ambos fatalmente enamorados. 

De manera secreta, sostuvieron una relación epistolar declarando sus sentimientos. Las noches de fray Juan eran de poético insomnio hasta que terribles pesadillas empezaron a poblar sus sueños. Fantasmas y manos negras le susurraban que estaba cometiendo un pecado. Atormentado por esas visiones se decidió a escapar en secreto para irse con la joven, plan que le comentó en más de alguna misiva. 

Cuando niño, fray Juan vio que atrás y a la derecha del altar, había una pesada losa que movían los sacerdotes para adentrarse en la tierra. Por ahí escaparon durante Semana Santa, pero al volver a colocar la lápida, una parte del hábito quedó atorada. Después de encontrar indicios de algunos accesos a la superficie, salieron por los barrancos al norte de la ciudad. De ellos nunca más se supo nada y de fray Juan sólo encontraron el pedazo de hábito que los miembros del cabildo ordenaron quemar.

En las calles de la ciudad, un viento maligno soplaba, eran los rumores del monje que, en castigo por sucumbir a deseos carnales, había sido raptado por el diablo y que, al llevarlo al averno, un pedazo del hábito había quedado atrapado en el suelo.

Pero amigas y amigos lectores, como decían los viejos leyenderos, nosotros salvamos nuestra reputación aclarando que como nos las contaron, las contamos.

Agradezco a los narradores Francisco de Paula León, Francisco Alcocer Sierra y Francisco García Rojas, cuyos escritos han sido la base de estas historias, enriquecidas con la tradición oral.

Hiram Padilla
Hiram Padilla

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