La famosa calzada que comunica las regiones del sur capitalino con el centro de la Ciudad de México, es para muchos el único referente de Tlalpan. Sin embargo, es también la delegación más grande de nuestra capital, cuyo nombre significa “lugar de tierra firme”, fue la primera población con servicio telefónico en todo el país, y capital Mexiquense en el siglo XIX. Siglos de historia le heredaron monumentos y tradiciones que se resumen en un pequeño y encantador centro histórico que rivaliza con el mismísimo Coyoacán. La rivalidad radica en que ambos conservan el aire de pueblo provinciano, con calles empedradas y casonas señoriales, atrapados en medio de la gran ciudad, aderezados por la atmósfera bohemia que los ha convertido en barrios culturales y alternativos.
Llegar en un taxi de sitio que se toma junto a la estación del metrobús Villa Olimpica, desde la zona arqueológica de Cuicuilco, toma alrededor de solo 10 minutos.
El centro Tlalpeño, aunque más pequeño que el de Coyoacán, tiene contenidos y valores que lo hacen brillar con luz propia. El breve espacio que abarca está demarcado por el actual Barrio Mágico de San Agustín de las Cuevas. Nombre dado originalmente por los franciscanos que llegaron en el siglo XVI, aludiendo a su fecha de llegada y a la gran cantidad de cuevas formadas siglos atrás por la erupción del volcán Xitle.
El tranvía turístico es la opción ideal para una primera incursión al interior del pintoresco pueblo. Un minibús disfrazado de tranvía evoca la nostalgia del siglo XIX, cuando era el medio de transporte que lo comunicaba con el zócalo. El recorrido de aproximadamente 45 minutos con guía incluido brinda al pasajero un ambiente relajado. Desde el jardín principal, el vagón se va cuesta abajo por la calle de Moneda, donde comienza el viaje a través de un paisaje compuesto de idílicas calles empedradas y adoquinadas, antiguas casonas y monumentos de diferentes siglos. La calle de Magisterio Nacional es especialmente encantadora, flanqueada de esbeltos árboles que le producen la ilusión óptica de gran profundidad. A su paso por los cinturones urbanos que circundan el barrio mágico de San Agustín de las Cuevas, se avistan la villa olímpica y las esculturas de la ruta de la amistad; recuerdos presentes de aquel trágico año olímpico.
Después del tranvía, la segunda incursión esta vez peatonal, de vuelta a partir del jardín principal, arbolado, con kiosco central, ambiente familiar, bullicioso y apacible a la vez. Ahí junto, el magnífico edificio delegacional de estilo porfiriano, diseñado por el Arquitecto Rivas Mercado con los murales que narran la historia de Tlalpan. En los alrededores inmediatos, la afrancesada Casa Frissac, hoy Institito Cultural Javier Barros Sierra y el bellísimo edificio de la Casa Moneda, bellamente ornamentada, coronada de almenas, y por supuesto, la Iglesia y Ex Convento de San Agustín de las Cuevas, con su colorido claustro. La profundidad de la caminata puede llevar inevitablemente al encuentro de otras casonas virreinales o porfirianas, centros culturales, insólitos museos, o clásicos como la Finca Catipoato, donde se casaron “La Doña” y “El Charro Cantor”, y la Ex Hacienda de Tlalpan, entre otros lugares que tienen una historia que contar.
Por su parte, la escena gastronómica es variada e interesante, representada principalmente por cocinas locales. Un paso al frente “La Jalisciense” y “La Tlalpeña”, cantinas tradicionales con rica comida amenizada por mariachis y cuartetos norteños. “La Barra Alipús” más al estilo de fonda, basa su buena reputación en la carta de mezcales de diferentes regiones, el galardonado caldo tlalpeño y los molotes de plátano en salsa de xoconostle. Para quienes desean un ambiente todavía más informal con comida tradicional a precios moderados, el histórico Mercado “La Paz” es el destino. La noche es bien recibida en el portal de restaurantes, o en las barras de “La Internacional”, excelente sitio para tomar cerveza artesanal en un ambiente sumamente agradable.
En ese sentido, el mapa de los principales sitios de interés es extenso y variado, pero como ya se ha dicho, es mejor reservarse y no revelarlo todo para que el factor sorpresa defina la excursión a este reducto del México viejo, pedacito de ciudad, refugio para el frenético capitalino y el viajero incansable que busca y encuentra.